La Realización Directa: Más Allá de la Identidad y la Dualidad
- KAVINDRA SERAPHIS
- 17 mar
- 2 Min. de lectura
No hay un «yo» separado de lo demás, pues la noción de identidad individual es solo una ilusión. Cuando esta idea se disuelve, lo que permanece es la consciencia pura, sin ego ni limitaciones, expresándose en todas las formas, en cada ser, en cada instante. No hay distinción entre sujeto y objeto, entre quien percibe y lo percibido; solo hay una realidad indivisible, sin fronteras ni dualidad.
La claridad no surge del pensamiento ni del lenguaje, sino de la autorrealización directa. No es un concepto que se pueda aprender ni una teoría que se pueda comprender intelectualmente. La verdad no se alcanza acumulando conocimientos sobre la consciencia o el «sí mismo», sino viviendo su reconocimiento directo. Mientras exista la creencia en una identidad separada, la comprensión será parcial. Cuando esta identidad se disuelve, lo que se revela no es un «yo» más amplio ni una nueva noción de sí mismo, sino la ausencia total de separación. En ese estado, el conocedor y lo conocido no son dos, pues todo es la misma consciencia, indivisible y eterna.
La aparente dualidad entre vida y muerte es también solo una proyección de la mente. Se nos ha enseñado que la vida termina con la muerte, como si fueran dos realidades opuestas, pero esta división es solo conceptual. En verdad, solo hay vida, sin principio ni fin, manifestándose de formas cambiantes dentro de su propio flujo incesante. La muerte no es el fin ni el opuesto de la vida, sino una transformación dentro de lo inmutable. La vida no tiene contrario, pues lo que es eterno no puede tener un opuesto.
En la realización directa, los conceptos pierden sentido porque la realidad se muestra tal como es, sin distorsiones ni interpretaciones. No hay nada que entender ni definir, pues la verdad no puede reducirse a palabras. Más allá del pensamiento, más allá de la idea de un «yo» que busca comprender, solo queda la experiencia absoluta: sin ambigüedades, sin separación, sin un individuo que la posea. Es el reconocimiento de lo que siempre ha sido, más allá del tiempo, más allá de toda noción de existencia e inexistencia.
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