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La llama que no fue encendida

MENSAJE PARA EL ALMA

El despertar ha sido envuelto en narrativas que lo sitúan al final de un largo trayecto. Se lo describe como la culminación de una lucha interior, como la luz que emerge tras atravesar una noche oscura del alma. Esa metáfora, tan difundida como seductora, ha generado un imaginario en el que la realización espiritual parece depender de la superación del dolor. Pero hay algo profundamente ilusorio en ese relato. No por lo que señala, sino por lo que oculta.

El supuesto recorrido desde la oscuridad hacia la luz parte de una premisa no cuestionada: que hay un alma dormida, un yo extraviado, un fuego apagado que debe ser encendido. Esta idea sustenta la noción de proceso, de evolución, de esfuerzo sostenido que algún día culminará en una cima luminosa. Y sin embargo, ese esfuerzo es parte del mismo sueño. Porque el fuego no se enciende… el fuego nunca se ha apagado.

Esta afirmación trastoca por completo las bases de toda pedagogía espiritual basada en etapas, en pruebas, en catarsis. No niega que el dolor exista, ni que haya momentos de vacío, desorientación o ruptura. Pero sí cuestiona el sentido que se les atribuye. Lo que suele interpretarse como “noche oscura del alma” no es una fase del despertar, sino el colapso de una identidad construida en torno a la separación. No es el alma la que sufre para purificarse: es la mente la que se resiste a su propia disolución.

Así como la sombra solo existe por la presencia de la luz, la llamada oscuridad interior es la proyección del yo que aún cree que debe llegar a algún lugar. Mientras exista esa creencia —de que se ha caído, de que se debe regresar, de que falta algo por alcanzar— la experiencia estará fragmentada. Pero la conciencia no está fragmentada. La conciencia simplemente Es. No deviene, no crece, no se transforma. Lo que cambia es la percepción, no la realidad.

Esta comprensión pone en crisis los sistemas de conocimiento que estructuran la realidad en procesos lineales. Desde la psicología profunda hasta ciertas corrientes de misticismo, se insiste en que el alma atraviesa umbrales de sombra antes de alcanzar su plenitud. Pero lo que se experimenta como umbral es, en esencia, una ruptura del espejismo, no una transición ontológica. No se trata de pasar de la noche al día, sino de descubrir que jamás hubo noche: solo ojos cerrados ante la luz que nunca dejó de arder.

La unidad de todos los fenómenos —espirituales, emocionales, físicos o conceptuales— se revela cuando se reconoce que no hay rutas, ni escalones, ni condiciones necesarias para el Ser. Las dualidades que estructuran el pensamiento humano —oscuridad y luz, caída y redención, alma y cuerpo, yo y Dios— se deshacen como símbolos de una mente que intentó mapear lo inabarcable. La verdadera comprensión no ilumina un camino: lo disuelve.

Como un espejo que nunca ha dejado de reflejar, el Ser no necesita ser restaurado. Toda búsqueda, toda metodología, todo conocimiento, son movimientos dentro de una misma danza que gira en torno a un centro que jamás se ha movido. Y es en ese centro donde se revela la verdad más simple y más esquiva: no hay que despertar, porque nunca se ha dormido.

Esta revelación no implica indiferencia hacia el dolor humano, sino una compasión más profunda: la que libera de la ilusión de que el sufrimiento es condición para el despertar. No lo es. La luz no necesita ser ganada. Solo vista.

Y al verla, toda noción de proceso se desvanece. No hay etapas. No hay noche. No hay alma que atravesar. Hay solo Ser. Intacto. Vivo. Absoluto.

Entonces, ¿por qué seguimos hablando de la noche oscura del alma?

Tal vez porque aún nos aferramos a las metáforas que nos permiten justificar la distancia. Pero la distancia no existe. Lo que parecía camino era simplemente la mente soñando con llegar.

Quien se detiene a mirar sin filtros, sin guías, sin relatos heredados, descubre que no hay meta que alcanzar… solo la evidencia luminosa de lo que ya es.

Y eso es lo que revela El Poder Secreto del Alma. No como una promesa lejana, sino como una afirmación total: usted ya es. No hay noche. Solo claridad que espera ser reconocida. ¿Está dispuesto a verla sin esperar el amanecer?

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