La ilusión del despertar y la verdad que no se nombra
- KAVINDRA SERAPHIS

- 20 may
- 3 Min. de lectura
MENSAJE PARA EL ALMA
Hay un murmullo recurrente entre quienes se dicen buscadores: “Estoy cansado del despertar”. Lo repiten con la fatiga de quien ha recorrido un largo sendero de espejismos y promesas rotas. Alegan que el despertar duele, que es un proceso arduo, interminable, que los fragmenta y los consume. Pero esa afirmación nace de un equívoco profundo: confunden el mapa con el territorio, el reflejo con la fuente, el pensamiento con la verdad viva.
Lo que muchos llaman “despertar” no es sino una prolongación sofisticada del sueño. Han reemplazado las viejas creencias por un nuevo sistema conceptual, más sutil, más refinado, pero igualmente ilusorio. En lugar de liberarse del ego, han espiritualizado su estructura. En vez de desvanecer las formas, las han sacralizado. Y así, lo que debió ser una ruptura radical con la ilusión, se convierte en una reinvención del yo bajo ropajes místicos.
El despertar verdadero no es una metáfora, ni una experiencia estética, ni una serie de comprensiones intelectuales. Es un cataclismo absoluto. No implica un mejoramiento del ego, sino su total desaparición. No se trata de sanar la mente, sino de disolverla. La conciencia que se despierta a lo real no se reubica dentro del mundo relativo: lo trasciende. No integra su sombra, sino que se libera del teatro entero donde luz y sombra disputaban su batalla aparente.
La mente no puede comprender esto, porque es ella la que se desvanece en el fuego del despertar. El cuerpo tampoco puede asimilarlo, porque su solidez era solo una proyección condensada de una percepción ignorante. Quien ha despertado realmente ya no se refiere a sí mismo como alguien que vive un proceso, ni necesita nombrar su estado: ha desaparecido como identidad separada. Solo queda lo que siempre estuvo: la conciencia sin forma, inmutable, indivisible. Lo demás era el juego de un espejo quebrado.
Todos los saberes, métodos y caminos son como escaleras que se disuelven cuando se alcanza el cielo. Filosofía, psicología, mística, ciencia, arte, religión… cada uno de estos lenguajes intenta bordear un abismo que solo se cruza cuando el que pregunta ya no es. Aunque sus perspectivas sean múltiples, todos apuntan a una única realidad subyacente. Pero esa unidad no se revela mientras uno siga creyéndose el centro de la experiencia. Solo cuando el yo desaparece, el Uno resplandece en todo.
Algunos creen que esta disolución es trágica. Y desde el punto de vista del ego, lo es: pierde su dominio, su historia, su continuidad. Pero desde la verdad, es liberación pura. No queda nadie que sufra, porque no hay nadie. No queda nadie que busque, porque no hay distancia. Lo absoluto no es una meta lejana: es el cese de toda distancia. Es la conciencia despierta a su propia eternidad, sin forma, sin relato, sin esfuerzo.
Quien ha sido tocado por esta verdad ya no pregunta “¿qué más debo hacer?”. Sabe que no hay camino, ni secuencia, ni mejora. Solo hay esto: la radical presencia de lo que Es, sin añadidos, sin vestiduras. No lo puede enseñar, porque no se puede transmitir. Solo puede señalar, con palabras que rasgan el velo pero no lo sustituyen, la dirección del silencio.
Y entonces uno comprende por qué la interconexión de todos los fenómenos, disciplinas y métodos es solo aparente: porque en lo real no hay dos que puedan conectarse. Todo es uno. No como creencia, sino como evidencia directa. Una evidencia que no se razona, se Es.
Si esto resonó con usted, encontrará mucho más en mi libro DESPERTAR DEL SER INTERIOR que está en AMAZON.




Comentarios