La felicidad y la naturaleza inmutable del ser
- KAVINDRA SERAPHIS

- 17 mar
- 3 Min. de lectura
La búsqueda de la felicidad ha sido una constante en la vida humana. Muchas veces, se ha creído que esta depende de la calidad de los pensamientos, como si la mente, con su flujo incesante de ideas y juicios, fuera la fuente última del bienestar. Sin embargo, esta perspectiva encierra una falacia: los pensamientos son transitorios, variables y sujetos a influencias externas e internas. La felicidad no puede depender de algo tan inconstante y efímero.
La mente, con su inagotable actividad, produce pensamientos de diversa índole: algunos luminosos, otros oscuros; algunos elevan el ánimo, otros lo deprimen. Pero todos comparten una misma característica: surgen y desaparecen, sin que podamos fijarlos en un estado permanente. Si la felicidad dependiera de ellos, entonces nuestra dicha estaría atada a un carrusel incontrolable, una montaña rusa emocional que jamás se estabiliza.
Sin embargo, hay algo en nosotros que no cambia. Existe una realidad más profunda, más allá del flujo mental, una esencia que permanece inalterable ante las fluctuaciones de los pensamientos. Cuando uno se identifica solo con la mente y sus contenidos, se ve arrastrado por sus cambios y vive en un estado de inestabilidad. Pero cuando se reconoce que la verdadera identidad no se encuentra en los pensamientos, sino en aquello que los observa, entonces surge una paz inquebrantable.
Esta comprensión transforma la percepción de la felicidad. Ya no se busca en el control de la mente o en la producción de pensamientos positivos, sino en el reconocimiento de lo que realmente somos. Así como el cielo permanece inmutable mientras las nubes van y vienen, nuestra esencia no se ve afectada por el constante ir y venir de los pensamientos. Descansar en esa comprensión es experimentar la felicidad genuina, aquella que no depende de estados mentales transitorios, sino de la conexión con lo que es eterno en nosotros.
Esta felicidad no es una emoción pasajera ni un sentimiento condicionado a circunstancias externas. No surge por alcanzar deseos ni por eliminar pensamientos negativos. Es la expresión natural del ser cuando se libera de la identificación exclusiva con la mente y se reconoce como algo más profundo, pleno en sí mismo.
Por lo tanto, el camino hacia la felicidad no consiste en modificar la mente, sino en comprender su verdadera relación con nosotros. No somos los pensamientos que surgen y desaparecen, sino la conciencia que los percibe. En ese reconocimiento se encuentra la clave de una felicidad que no puede ser arrebatada por los altibajos de la mente ni por los cambios del mundo.
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