La Doble Atención: Presencia Absoluta y Claridad en el Mundo Relativo
- KAVINDRA SERAPHIS

- 28 ago
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MENSAJE PARA EL ALMA
La atención plena en el estado puro de la conciencia absoluta puede coexistir con una atención lúcida hacia las cosas del mundo relativo. Ontológicamente la conciencia absoluta no es un objeto más dentro de la experiencia sino la luminosidad originaria en la que surgen sujeto, objeto y acción. Por ello la energía atencional no compite con la conciencia misma sino que se despliega dentro de su campo; cuando usted reconoce la conciencia como el sustrato incondicionado, la atención operativa queda sostenida por una base que no se altera con los contenidos y la Presencia conserva su claridad y silencio aun cuando los sentidos estén activos.
Experiencialmente esta coexistencia se muestra como dos funciones inseparables de un mismo campo: la Presencia reflexiva, que se reconoce a sí misma como testigo silencioso, y la Atención operativa, que procesa sensaciones, pensamientos y acciones en el mundo. No se trata de alternar entre ambos polos sino de permitir que la atención funcional actúe desde el trasfondo de la presencia. Cuando la identificación con los contenidos se disuelve, la atención que atiende lo relativo lo hace sin distorsiones de miedo, apego o compulsión; la percepción se torna lúcida y la acción emerge con responsabilidad sin agitación ni impulso de apropiación.
Los signos inequívocos de que ambas facultades coexisten de forma auténtica son claros. Permanece la paz interior aun en medio de la actividad sensorial. La dicha natural y la plenitud no se disipan por el movimiento de los acontecimientos. La acción se manifiesta sin una sensación persistente de autoría personal y la conducta refleja compasión eficaz. La libertad aparece como capacidad de responder sin quedar atada a identidades o resultados y la presencia se muestra como un silencio vivo que sostiene la vida sin rehuirla.
La práctica para estabilizar esta unidad exige pasos precisos y repetidos. Primero, familiarice la presencia reflexiva mediante reconocimientos directos de la conciencia misma, preguntando desde el silencio quién es el que percibe hasta que esa presencia deje de ser una novedad y pase a ser un horizonte constante. En segundo lugar, cultive la atención abierta observando sensaciones, pensamientos y emociones sin juicio para que la energía atencional pueda moverse sin secuestrar la identidad. Tercero, integre la presencia en la acción realizando tareas cotidianas con plena sensibilidad corporal y escucha, de modo que la mente operacional cumpla sus funciones mientras la conciencia actúa como campo inmutable. Cuando surja identificación o tensión, aplique la indagación sencilla desde la presencia —¿esto soy yo?— para disolver la fusión y recuperar la claridad.
La transformación que se deriva de sostener ambas modalidades es radicalmente práctica. Las decisiones se toman con ecuanimidad y sin reactividad; la creatividad emerge libre de la carga del ego; las relaciones se vuelven reflejos de un amor despersonalizado que no anula la responsabilidad; las obligaciones se cumplen con eficacia sin consumirse en la preocupación por los frutos. En esa dinámica la conciencia expresa sus cualidades esenciales —paz, dicha, gozo, amor sin objeto, plenitud, libertad, luz, unidad, eternidad presente y silencio— y el mundo relativo despliega su función sin alterar la base.
Conviene advertir peligros y precauciones. Una contemplación absorbente que desconecte del tejido de la vida puede devenir evasión y generar una espiritualidad inútil para la existencia concreta. A la inversa, una identificación excesiva con la acción socava la presencia y reproduce las antiguas dinámicas del ego. El orgullo espiritual es un riesgo sutil; la verdadera integración se confirma por humildad, servicio y sencillez, no por demostración o autoafirmación. Por ello es necesaria vigilancia ética, honestidad en la observación y prácticas que integren cuerpo, emoción e intención.
En la integración cotidiana es útil combinar momentos formales de reconocimiento silencioso con prácticas de atención plena aplicadas a actividades concretas: alimentación, escucha profunda, trabajo manual y encuentros humanos. Comience por fragmentos breves que se conviertan en hábitos; aumente gradualmente la duración y la sutileza de la presencia mientras la atención opera en sus tareas. Mantenga la entrega comprometida sin apego a los resultados para que su obrar conserve claridad y compasión. Con el tiempo la continuidad de la conciencia absoluta se instala como la forma natural de estar y la distinción entre atender lo absoluto y atender lo relativo deja de ser un conflicto para convertirse en una única modalidad coherente de presencia.
La explicación última de por qué esto es posible reside en la identidad esencial entre conciencia y atención. La atención no es otra cosa que la manifestación dinámica de la luminosidad consciente; desplegada sin identificaciones se vuelve instrumento del Ser. Así, el mundo relativo puede ser atendido y transformado desde la plenitud de la base sin que la base misma sufra alteración ni pérdida. Para profundizar en la dinámica y la práctica de esta integración consúltese EL PODER SECRETO DEL ALMA un libro guía.





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