La verdadera esencia de cada ser humano es la "conciencia no dual", una presencia eterna y serena que reside en el presente. La identificación con el cuerpo y la mente —fuentes de deseos, temores y sufrimiento— es vista como una ilusión que aleja al individuo de su verdadera naturaleza. Al reconocer la conciencia como la única realidad verdadera, se alcanza una paz que trasciende las circunstancias externas y conecta a todos los seres en una unidad fundamental.
En la metáfora de un océano infinito, donde cada individuo es una ola única, pero parte de una totalidad mayor. Esta percepción permite ver a Dios no como una entidad lejana, sino como una conciencia universal que se experimenta a través de cada ser. Con esta visión, cada momento es una oportunidad para vivir desde la plenitud y la gratitud, y la muerte se convierte en una transición, sin que la esencia del ser se pierda.
Este entendimiento fomenta la compasión, la conexión y el respeto por toda forma de vida, ya que todos somos manifestaciones de la misma conciencia. La invitación es a vivir con autenticidad, abrazando el presente y reconociendo nuestra verdadera identidad como una expresión del ser divino.
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