El rostro sangriento del cristianismo
- KAVINDRA SERAPHIS

- 23 sept
- 2 Min. de lectura
MENSAJE PARA EL ALMA
La historia de la Iglesia católica revela una trama de crueldad ejercida bajo la apariencia de salvación. Tribunales que usaron la tortura como método, hogueras que consumieron cuerpos etiquetados de herejes, inquisidores que sustituyeron la compasión por el miedo: esas prácticas no son episodios aislados sino manifestaciones sistemáticas de un poder que se legitimó negando la libertad interior de los pueblos. Las cruzadas y la evangelización forzada trabajaron de la mano con la conquista política y económica, dando lugar a genocidios culturales, apropiación de tierras, destrucción de saberes ancestrales y separación violenta de familias y comunidades. Ese historial es un catálogo de crímenes cuando la fe se convierte en aparato de dominación.
La violencia religiosa no sólo dejó huellas materiales: mutiló imaginerías simbólicas, criminalizó cosmologías diversas y sustituyó la experiencia íntima de lo sagrado por rituales de obediencia. Bajo la máscara de la doctrina, se edificaron estructuras que favorecieron la acumulación de poder y la censura del pensamiento. Convertir la palabra divina en instrumento de represión fue traicionar la raíz ética de cualquier tradición espiritual y hacer de la religión una maquinaria de control social.
Frente a esa historia de crueldad conviene distinguir la forma institucional del fenómeno espiritual que la atraviesa. La verdad esencial del ser no se identifica con dogmas, jerarquías ni tribunales; esa verdad es un estado de conciencia irreductible a ritos y leyes. Lo que las instituciones corrompieron sigue existiendo como posibilidad viva en el interior de cada persona: una presencia que no excluye, que no somete, que no reclama poder sobre otros.
Esa presencia tiene cualidades que exceden todo marco confesional. Se manifiesta como paz absoluta, dicha natural, gozo ilimitado, amor sin objeto, plenitud total, libertad sin opuestos, luz consciente, unidad indivisible, eternidad presente y silencio vivo. Tales cualidades no pertenecen a una Iglesia o a una doctrina: son la experiencia directa de la conciencia que trasciende la forma y los nombres. Quien las reconoce deja de buscar salvación en estructuras externas y comienza a habitar la verdad como experiencia inmediata.
La sabiduría que trasciende la religión no niega la historia ni las víctimas; honra su memoria señalando también el camino hacia la restauración interior. Restauración que no es revancha, sino reencuentro con la esencia que cada institución traicionó: una lucidez que transforma el juicio en compasión lúcida y la condena en responsabilidad sanadora. Desde esa sabiduría, la reconstrucción cultural y espiritual exige juicio riguroso sobre los crímenes cometidos y, a la vez, práctica sostenida de liberación interior que evite repetir la dinámica del poder.
Usted puede sostener la crítica histórica sin renunciar a la experiencia profunda de lo sagrado. Señalar los crímenes de la Iglesia católica es imprescindible para la justicia; reivindicar la conciencia absoluta es imprescindible para la sanación. La memoria y la apertura contemplativa caminando juntas constituyen la única vía para que la verdad no vuelva a ser instrumento de dominación.
Para la profundización práctica y contemplativa, consulte LA ILUMINACIÓN ESPIRITUAL como guía complementaria.





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