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El instante sin retorno

MENSAJE PARA EL ALMA

Hay un abismo invisible que divide la apariencia del conocimiento de su verdad última. No lo separan años de estudio ni disciplinas divergentes, sino la convicción con la que se abrazan los velos de lo relativo. Durante siglos, se ha intentado construir una cartografía del despertar: etapas, síntomas, progresos, crisis, noches oscuras, iluminaciones parciales… como si el Absoluto pudiera graduarse, como si lo eterno pudiera dosificarse. Esta construcción, tan elaborada como inofensiva, ha domesticado lo que en realidad es el acontecimiento más radical que pueda existir: el Despertar genuino.

No se trata de negar la utilidad de los caminos, sino de mostrar que todos ellos, siendo valiosos en su contexto, no son lo que afirman ser cuando se adjudican el nombre de verdad. Todos los métodos, disciplinas y saberes son como ecos que resuenan en un vasto valle, fragmentos que reflejan algo esencial, pero que por sí solos no constituyen la totalidad. Cada técnica, cada rito, cada enseñanza espiritual, filosófica o científica, apunta —en su fondo más silencioso— a lo mismo: la superación de la apariencia, el acceso a lo real. Sin embargo, el error no está en los caminos, sino en confundir el trayecto con el destino, el lenguaje con el Ser.

La idea de un “proceso de despertar” pertenece al ámbito de lo relativo. Es parte de esa red de interpretaciones que dan forma al espejismo. Si alguien afirma que está “despertando”, lo que en realidad está diciendo es que ha comenzado a percibir que dormía, pero aún no ha salido del sueño. Lo que ha ocurrido es un refinamiento de la ilusión, no su disolución. Aún se encuentra en un sistema de referencias que oscila entre luz y sombra, entre comprensión parcial y duda persistente.

El auténtico despertar es sin retorno. No hay un punto A ni un punto B. No se transita de la ignorancia al conocimiento gradualmente como quien sube una escalera hacia una terraza iluminada. No hay peldaños. Hay un abismo. Y ese abismo se cruza en un instante que no puede definirse. No es acumulación de experiencias, ni expansión paulatina de la conciencia. Es más bien el colapso de toda experiencia como criterio de verdad. Es la extinción de todo lo que alguna vez fue nombrado como “yo”. Lo que queda no puede describirse: solo se conoce por sí mismo.

Ese reconocimiento es el Absoluto.

No es una idea, ni una creencia, ni una experiencia culminante. No tiene forma, ni límites, ni atributos que puedan conceptualizarse. El Absoluto es lo que permanece cuando todo lo demás desaparece. No es algo que se alcanza; es lo que siempre ha sido, incluso mientras se soñaba el tránsito hacia él. Es lo que da realidad a lo real, existencia a lo existente, conciencia a lo consciente. No depende de estados interiores ni de limpiezas emocionales, ni de pruebas ni de sacrificios. No se conquista: se revela, en silencio absoluto.

Y esa revelación no duele. No hay noche oscura. No hay drama, ni lucha. Es como si una lámpara que siempre estuvo encendida fuese vista por primera vez. Es la evidencia más rotunda y más simple: usted siempre fue lo que buscaba. El mundo, con todas sus capas, no desaparece, pero se comprende como lo que es: un despliegue de lo Absoluto en formas. El adiós no es al mundo, sino al error de haberlo creído separado.

Desde esa claridad, todo lo relativo se comprende sin conflicto. Las ciencias ya no son sistemas cerrados, sino expresiones del mismo Uno que se mide a sí mismo. Las religiones ya no compiten por la verdad, porque todas son símbolos del mismo núcleo. Las diferencias dejan de importar: lo único que queda es la certeza indivisible de Ser.

Y quien ha despertado a lo Absoluto ya no necesita defenderlo. No necesita afirmarlo, probarlo ni transmitirlo. Vive como una presencia que lo contiene todo sin oponerse a nada. En él se unifican la alegría sin causa, la paz sin opuestos, la plenitud sin deseo. Nada falta. Nada sobra. Todo es lo que Es.

Lo Absoluto no puede ser descrito, pero puede ser vivido. Y una vez vivido, el mundo se vuelve transparente. La dualidad entre camino y meta se disuelve. Lo relativo no desaparece: se vuelve sagrado, porque ya no es confundido con lo real. El tiempo sigue su curso, pero ya no encadena. El yo aparece y actúa, pero ya no se cree autor. La vida continúa, pero ya no necesita justificación.

No hay etapas. No hay grados. No hay niveles. Solo hay Ser.

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