El espejismo de liberarse de la mente
- KAVINDRA SERAPHIS

- 9 abr
- 3 Min. de lectura
En los últimos tiempos han proliferado innumerables enseñanzas espirituales que, en apariencia, prometen conducir al buscador hacia la libertad interior. Algunas de ellas han alcanzado notoriedad mundial, seduciendo a millones de almas cansadas del sufrimiento. Sin embargo, muchas de estas enseñanzas modernas están construidas sobre bases conceptuales frágiles, incapaces de sostener la realidad última de la existencia. Una de las más difundidas proclama que el ser humano puede liberarse de la mente, como si esta fuera una cárcel separada del ser que la contiene.
La mente no es el enemigo. Tampoco es una entidad autónoma que pueda ser descartada, negada o superada por simple voluntad. Decir que uno puede liberarse de la mente es tan absurdo como intentar salir del propio corazón para ser libre de sus latidos. Quien sostiene esta idea ignora que no hay experiencia de existencia sin mente, así como no hay visión sin ojos. La mente es parte constitutiva del instrumento divino que permite que lo eterno se exprese en lo relativo. No es la mente el problema, sino el olvido del Ser que la habita.
Este olvido es el verdadero cautiverio: cuando el individuo cree ser solo un pensamiento, una emoción o una historia personal. Pero no se resuelve negando la mente, ni declarando su supuesta muerte. Lo que se requiere es una integración amorosa, un despertar profundo en el que la mente se reordene bajo la luz de la verdad. El sabio no destruye la mente: la transforma, la convierte en un espejo claro donde el Ser puede reflejarse sin distorsión.
Decir que uno puede liberarse de la mente es perpetuar una dualidad falsa entre el ser y su expresión. Es sembrar la ilusión de que el despertar espiritual consiste en amputar aspectos de nuestra humanidad en lugar de redimirlos. Esta visión parcial, por muy popular que se haya vuelto, carece de fundamento real. Su atractivo radica en su simplicidad engañosa: promete iluminación sin comprender la totalidad del ser.
Quien ha realizado la verdad sabe que la mente iluminada no desaparece, sino que se consagra. No se disuelve, sino que se unifica. Es el fuego sagrado que, en su pureza, deja de quemar y comienza a alumbrar. La libertad auténtica no es deshacerse de nada, sino saberse Uno con todo lo que es, incluido el flujo de pensamientos, imágenes y memorias. Desde esa comprensión, no hay necesidad de huir de la mente. Solo queda abrazarla y, en ese abrazo, permitir que se transfigure.
Así, el verdadero despertar no es liberarse de la mente, sino permitir que la mente sea liberada por la luz del Ser que siempre ha estado presente. Cualquier enseñanza que niegue esta integración está condenada a quedarse en la superficie de lo real, por más libros que venda o seguidores que atraiga. La verdad no necesita escapar de sí misma. Solo necesita ser reconocida.
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