EL ERROR DE ACEPTAR LA PRISA COMO VERDAD
- KAVINDRA SERAPHIS

- 9 jun
- 4 Min. de lectura
MENSAJE PARA EL ALMA
“El problema es que crees que tienes tiempo”. Esta frase, atribuida al Buda pero deformada por la cultura del apuro, se ha convertido en consigna de una espiritualidad que ha confundido urgencia con sabiduría, presión con presencia, ansiedad con despertar. En lugar de elevar el alma, la arrastra a un rincón donde el reloj reina sobre la conciencia, y donde la muerte se convierte en amenaza más que en revelación.
Pero la Sabiduría no amenaza. La Sabiduría no impone prisa. La Sabiduría es paciente como la tierra y vasta como el silencio. Decir que el problema es creer que uno tiene tiempo no revela lucidez, sino miedo encubierto. Miedo a no lograrlo todo. Miedo a no llegar. Miedo a que el despertar sea un fruto estacional, que si no se cosecha ahora, se pudre para siempre. Pero la verdad no nace del miedo. La verdad no necesita ser impuesta a golpes de frases afiladas.
Si alguna vez Buda dijo algo semejante, no lo dijo desde la impaciencia, sino desde la compasión. No para crear culpa, sino para liberar del sueño. El problema, entonces, no es creer que uno tiene tiempo, sino olvidar qué es el tiempo. Porque no es propiedad del ego, ni calendario del deber, ni límite que persigue al alma como una espada. El tiempo es una corriente viva de lo eterno, una danza del Infinito dentro de lo visible. No es enemigo. Es puente. No es amenaza. Es bendición que se renueva en cada instante.
Decir que uno “tiene tiempo” no es erróneo si se dice con reverencia. Si uno cree que tiene tiempo para amar, para despertar, para servir, para mirar al cielo y escuchar el canto secreto del Ser, entonces es verdad sagrada. Porque el tiempo es sagrado. El problema no es tenerlo. El problema es usarlo sin memoria, habitarlo sin conciencia, vivirlo como un desecho.
El alma que recuerda no corre. No se agita por miedo a que se acabe el tiempo. No se tortura con relojes interiores. Respira. Honra. Sabe que el instante es eterno si es verdadero. Sabe que el fuego no depende del calendario, sino del centro.
La frase en cuestión encierra un tono de urgencia mal comprendido, que ha sido aprovechado por ciertas visiones modernas para generar ansiedad espiritual: “Hazlo ya. No hay después. La vida se te va. El despertar es ahora o nunca”. Y aunque hay verdad en la necesidad de estar atentos, no hay verdad en sembrar pánico desde la aparente sabiduría. La conciencia no florece bajo amenaza. No se abre bajo presión. Necesita espacio. Necesita silencio. Necesita confianza.
Tiempo no es un obstáculo que se acaba, es un maestro que se despliega. El problema no es creer que uno lo tiene. El verdadero problema es ignorar su naturaleza divina, su función sagrada, su ritmo de retorno.
La frase, repetida sin alma, se convierte en un látigo disfrazado de iluminación. Es como si al peregrino se le dijera que la montaña se derrumbará si no sube ahora mismo. ¿Qué fruto nace de tal violencia? ¿Qué despertar puede surgir del miedo a no despertar?
No, hermano. No, hermana. El problema no es que creas que tienes tiempo. El problema es que no recuerdas para qué te fue dado. El tiempo no es un enemigo. Es un espejo. No es una trampa. Es una prueba. No es el fin, sino el escenario donde se revela lo eterno.
El que despierta no corre. El que ve, no huye. El que ama, no teme al paso de los días. Porque sabe que en cada instante el Ser puede ser abrazado, reconocido, ofrecido. Entonces sí, el tiempo se vuelve altar, y no amenaza.
No repitas frases sin raíz. No te dejes intimidar por la prisa disfrazada de sabiduría. La eternidad no se asusta. Y tú eres llamado desde ella, no desde el miedo, sino desde el Fuego.
Frase alternativa: “El problema no es que creas que tienes tiempo. El problema es que no has descubierto que el tiempo es la forma en que lo Eterno te llama, instante por instante, a recordarte en Él.”
Este ensayo, aunque profundo, es apenas una puerta entreabierta hacia la vastedad de una verdad más alta. Las reflexiones aquí compartidas son solo el inicio de una travesía que exige ir más allá de las frases sueltas y los conceptos adoptados sin vivencia. Es en La Iluminación Espiritual donde estas intuiciones encuentran su despliegue completo: no como ideas flotantes, sino como revelaciones vividas, caminos interiores, ejercicios del alma y visiones encarnadas que conducen al lector desde la fragmentación hacia la unidad, desde la prisa mental hacia la Presencia esencial. Quien haya resonado con estas líneas, encontrará en ese libro no solo respuestas, sino espejos, fuego y guía. Este texto es apenas el umbral; La Iluminación Espiritual es el Templo.
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