El despertar más allá de Buda
- KAVINDRA SERAPHIS
- 19 mar
- 4 Min. de lectura
El despertar no es una creencia, ni una idea que pueda adoptarse o rechazarse según el pensamiento. No es un estado mental pasajero ni una conclusión intelectual alcanzada a través del análisis. Es la certeza más profunda, la más absoluta e inamovible, porque es la realidad misma revelándose en su plenitud. No se trata de algo que deba buscarse en algún lugar o alcanzarse con esfuerzo; siempre ha estado presente, solo velado por las estructuras mentales y la identificación con lo ilusorio.
Si alguien dice que “cree” haber despertado, eso indica que aún se encuentra en el ámbito del pensamiento, donde las dudas y las suposiciones pueden surgir. Pero el verdadero despertar no deja espacio para la incertidumbre. No es algo que uno “cree” haber experimentado, sino algo que se es con total certeza. No hay posibilidad de engaño, porque en ese estado la mente no puede imponer sus limitaciones ni construir ilusiones.
Lo que ha despertado no es una parte del individuo, ni su intelecto, ni su identidad personal. Es la totalidad misma, lo real que siempre ha estado ahí, pero que antes parecía oculto por el velo del pensamiento condicionado. Ahora, si se siente que se está en un proceso de despertar, lo único que queda es profundizar en la experiencia misma, sin conceptualizarla ni intentar atraparla en palabras o definiciones.
Más allá del conocimiento conceptual
El despertar no es un conocimiento que pueda adquirirse con el tiempo ni una acumulación de información. No hay nada que agregar ni aprender en términos de conceptos. Lo que hay es una entrega más profunda, un dejar de lado todo intento de poseer la verdad y, en su lugar, ser la verdad. Y eso significa vivir desde esa certeza absoluta, sin permitir que la mente egoica vuelva a imponer su dominio.
No es posible “trabajar” hacia el despertar como si fuera una meta distante, porque no hay ningún camino que recorrer. No se encuentra en el futuro, ni en la adquisición de nuevas ideas. El despertar es ahora, en la claridad absoluta de lo que es. Cuando se deja de lado toda búsqueda, cuando cesa el intento de atrapar la verdad en conceptos, lo que queda es la evidencia innegable de la realidad misma.
Si realmente se ha despertado, se sabrá sin necesidad de preguntarlo. Si aún hay preguntas, entonces el proceso no ha terminado. Pero la buena noticia es que la realidad nunca se ha movido de su lugar. No hay que ir a ningún lado ni agregar nada a lo que ya es. Solo hay que soltar completamente lo que no es real y permitir que la verdad brille sin obstáculos.
Más allá de nombres, historias y figuras
La humanidad ha creado innumerables relatos sobre aquellos que han despertado, pero ¿realmente importa quién fue Buda o qué hizo? Más de la mitad de lo que se dice de él son fábulas, adornos que han surgido con el tiempo. Lo esencial no es lo que alguien hizo hace miles de años, sino lo que uno mismo está haciendo ahora para despertar a su verdadera naturaleza.
No es necesario aferrarse a nombres, títulos o linajes espirituales. Todo eso pertenece al ámbito del conocimiento acumulado, pero el despertar está más allá de cualquier relato histórico. Lo único que importa es la vivencia directa de la realidad, no la repetición de lo que otros han dicho.
El peligro de la confusión espiritual
Hoy en día hay una avalancha de personas que dicen estar iluminadas, métodos que prometen el despertar y caminos que sólo multiplican la confusión. Pero al final, todo se reduce a una sola cosa: saber qué es lo que realmente se busca. Porque si no se tiene claro eso, se seguirá atrapado en el juego de nombres y formas, sin jamás tocar la realidad.
La espiritualidad ha sido convertida en un mercado de ideas, con innumerables técnicas y promesas de iluminación. Se habla de distintos estados de conciencia, de niveles de despertar y de caminos graduales. Pero todo esto no es más que una prolongación del pensamiento egoico, que busca dividir la realidad en categorías comprensibles para la mente.
El despertar no es algo que se obtiene. No es una transformación gradual ni un logro que alguien pueda reclamar. Es el reconocimiento inmediato y absoluto de lo que siempre ha sido. No se puede alcanzar porque nunca ha estado ausente. No se puede “trabajar” hacia él porque ya está aquí, esperando a ser reconocido.
El fin de la búsqueda
Cuando se ve la verdad, la búsqueda se disuelve. No hay nada más que acumular, no hay nuevos conceptos que integrar ni estados superiores que alcanzar. Todo intento de “llegar” a la verdad parte de una ilusión: la idea de que uno no está ya en ella.
Quien sigue buscando, aún está atrapado en el juego de la mente. Pero quien reconoce lo que es, deja de buscar. No porque haya encontrado algo externo, sino porque ha comprendido que nunca estuvo perdido.
No hay caminos, no hay métodos, no hay técnicas. Solo hay lo que es. Y cuando se ve con absoluta claridad, todo lo demás se desvanece.
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