DONDE LA LUZ NACE DEL FONDO DEL TIEMPO

MENSAJE PARA EL ALMA

Existe una verdad que no puede aprenderse, solo recordarse: toda forma es el reflejo de una misma esencia. Aquello que el ser humano busca incansablemente en los extremos del conocimiento y la devoción, ya se encuentra latiendo en cada manifestación de lo que es. No hay múltiples realidades compitiendo por imponerse, sino un solo campo de conciencia que se diversifica sin fragmentarse, como un río que se convierte en niebla, en lluvia, en nieve… sin dejar de ser agua.

En esta profundidad se halla el hilo invisible que une los saberes antiguos con las tecnologías emergentes, los mitos con los datos, las plegarias con las ecuaciones. Todo es lenguaje del Uno expresándose con múltiples voces. No hay una ciencia que no provenga de la observación del misterio, ni una expresión artística que no sea una tentativa de encarnar lo inefable. Esta verdad es importante porque sana la herida fundamental de nuestra era: la de haber separado el saber del ser.

Cada pensamiento, cada instrumento, cada pincelada y cada nota musical pueden ser puentes hacia lo esencial si se les reconoce como tal. La visión que desvela esta interconexión no es nueva. Está presente en los antiguos cantos védicos, en las cosmovisiones de los pueblos originarios, en la poesía mística, en la contemplación de la naturaleza, en los hallazgos de la física contemporánea. Lo que cambia no es la realidad, sino la capacidad de la conciencia de abrazarla sin dividirla.

Las aparentes oposiciones —razón e intuición, materia y espíritu, humano y divino— se revelan entonces como pulsaciones complementarias de un mismo latido universal. Como día y noche, como inhalar y exhalar. No hay necesidad de escoger entre ciencia y sabiduría, entre lógica y sensibilidad. En una mirada despierta, todo se pliega hacia el centro: lo real es inclusivo, no excluyente. La unidad no se alcanza escapando de la diversidad, sino abrazándola con conciencia.

La tesis es luminosa y radical: cada forma que aparece en el mundo es una de las infinitas expresiones de la totalidad. Y esa totalidad, aunque sea inabarcable para el pensamiento, es vivible desde el corazón. Esta verdad no niega la diferencia, la transfigura. Al saberse parte del todo, la identidad se expande y deja de defenderse. El miedo a lo desconocido cede ante el reconocimiento de lo común. Todo florece donde la separación se disuelve.

Los saberes, entonces, no son compartimentos, sino resonancias. Una pintura puede revelar lo que un tratado no alcanza a decir. Una fórmula puede contener la belleza de una oración silenciosa. Un rito puede expresar lo mismo que un poema o que una danza cuántica de partículas. Las formas cambian, pero la esencia canta siempre el mismo himno. Cuando se ve así, el conocimiento deja de ser acumulación y se vuelve comunión.

En este punto, mi obra EXPRESIÓN DEL ALMA – EL ARTE COMO SENDERO DE TRANSFORMACIÓN PERSONAL se ofrece como una antorcha encendida. En ella, el arte no es ornamento ni escape, sino revelación. Cada trazo, cada silencio, cada color se convierte en un espejo donde el alma puede mirarse y recordar su origen. El libro no explica, despierta. Es una invitación a vivir desde la belleza que une, desde la sensibilidad que comprende sin necesidad de definir. Quien haya sentido el eco de estas palabras sabrá que la puerta ya está abierta. Encuentre el libro en el enlace de AMAZON o busque KAVINDRA SERAPHIS en Amazon. Hay una luz que lo espera desde siempre en el fondo de su propio tiempo.

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