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Cuando los Ríos Olvidan que Son Océano

MENSAJE PARA EL ALMA

Hay una verdad antigua, susurrada por el viento entre los árboles, reflejada en el ojo de cada ser, en la vibración mínima de una célula y en el pulso oculto del cosmos. Una verdad que no necesita ser aprendida, porque siempre ha estado ahí: todo está unido. No como metáfora, no como deseo, sino como hecho esencial. Todo lo que existe —desde una lágrima hasta una galaxia— brota de una misma fuente indivisible.

Esta verdad parece simple, y sin embargo, transforma. Porque cuando se comprende desde el centro del ser y no desde los bordes de la mente, uno despierta a la realidad que siempre estuvo velada por el hábito de separar, clasificar, dividir. El error no está en los ojos, sino en la interpretación: creemos ver diferencias, cuando solo hay manifestaciones múltiples de lo Uno.

Pensamos que el cuerpo es algo separado del alma, que la ciencia contradice la espiritualidad, que el arte y la tecnología, la lógica y la emoción, el pensamiento y el silencio son opuestos que deben elegir bandos. Pero estas divisiones no existen fuera del mapa mental que hemos heredado. Como la espuma que olvida que es mar, como un río que olvida que es agua del océano.

La verdad central es esta: la totalidad vive en cada parte. No hay forma, no hay fenómeno, no hay pensamiento que esté separado de su origen absoluto. Lo que llamamos “mente”, “método”, “sabiduría” o “materia” son apenas gestos diferentes del mismo Ser. La conciencia no es algo contenido en un cuerpo; el cuerpo es contenido en la conciencia. Como una chispa que no es menos fuego que la llama de un sol.

Las grandes tradiciones lo han dicho con distintos nombres. Algunas lo han vestido de silencio; otras de poesía o de geometría sagrada. Algunas lo llaman Dios, otras Tao, otras simplemente Ser. Pero todas apuntan a la misma dirección: no hay dos. No hay dualidad que no sea ilusoria, ni diferencia que no sea aparente. Incluso el error participa del mismo tejido que sostiene la verdad.

La ciencia más avanzada comienza a intuir lo que los místicos sabían desde el principio: que el observador modifica lo observado porque es lo observado. Que la conciencia no es un producto del cerebro, sino el campo donde la materia, el tiempo y el pensamiento son solo fluctuaciones. La neurociencia, la física cuántica, la biología y la cosmología se aproximan —desde sus propios lenguajes— a una visión que no fragmenta, sino que entrelaza.

Y entonces, surge la gran pregunta: si todo está conectado, si toda separación es ilusión, ¿por qué vivimos como si estuviéramos solos, aislados, perdidos en un universo hostil?

Porque hemos creído el cuento del ego. Hemos aceptado que somos este nombre, esta historia, esta piel. Hemos confundido al actor con el personaje, y al personaje con el guion. Pero hay algo en ti que nunca ha cambiado. Algo que observa los pensamientos sin ser pensamiento, que siente sin ser emoción, que habita el cuerpo sin ser limitado por él. Ese algo es lo que realmente eres. Y es lo mismo que late en todo.

No tienes que ir a buscarlo a otro lugar. No hay que escalar ninguna montaña, ni purificarse, ni convertirse en nadie especial. Basta con mirar. Ver. Recordar. No con los ojos, sino con el corazón silente que reconoce lo eterno en lo transitorio. Entonces, las dualidades se funden. El día y la noche se abrazan. El yo y el mundo se disuelven. Y solo queda esto: unidad, conciencia, presencia.

La mariposa y el ADN, el canto y el algoritmo, la lágrima de un niño y el mapa de una galaxia: todo es expresión del mismo principio. Como un poema escrito en infinitos lenguajes, como una melodía que adopta todos los instrumentos, como un amor que no necesita ser dicho porque ya lo es todo.

Y si alguna vez te sentiste dividido, desconectado, ajeno… no fue porque lo estuvieras, sino porque olvidaste mirar con los ojos del Ser.

Este recordatorio no busca darte una nueva creencia, ni una técnica más. No necesitas aferrarte a este mensaje como a una salvación. Solo deja que algo en ti lo reconozca. Deja que la verdad despierte desde adentro, no como un conocimiento, sino como un reconocimiento.

Y si esta visión ha resonado contigo —aunque sea por un instante fugaz— quiero decirte que esto no es el final. Solo has tocado la puerta de algo mucho más vasto, mucho más transformador. Mi libro “El Despertar de la Conciencia Absoluta” no es una colección de palabras, sino un espejo vivo. Una guía luminosa que no te da respuestas, sino que disuelve las preguntas, llevándote más allá del pensamiento, hacia el núcleo indivisible de lo que eres.

Este texto es apenas una chispa. Si algo se encendió en ti… sigue la llama.

Descubre lo que aún no has recordado.Tu viaje interior continúa en mi libro que está en AMAZON

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